martes, 23 de septiembre de 2008

carta de sarmiento al padrino

Buenos Aires, 25 de Agosto de 1887


Estimado Don Corleone:


Recurro a Ud. en este sombrío momento en el que la integridad de mi patria se ve sumamente afectada, para que por medio de sus métodos, podamos combatir a esa raza inmunda e inhumana a la que llaman gauchos. Son sólo una chusma de haraganes, incivil, ruda y salvaje. ¡Don Corleone, tengo odio a la barbarie popular!
La chusma y el pueblo gaucho nos es hostil. Los argentinos debemos poder ser una sociedad civilizada, siguiendo como modelo las grandes y sofisticadas ciudades europeas. No es en absoluto compatible la barbarie con la civilización. Mientras exista esa lacra inculta, nuestro proyecto de progreso se verá eternamente condenado a fracasar. Yo deseo con las fuerzas de mi alma, que algún día sean sólo un amargo recuerdo, que no queden vestigios de su existencia. Deben ser aniquilados, bajo ningún punto de vista podrían ser incluidos en nuestro proyecto, ya que son tan brutos que ni los poderes de la educación podrían civilizarlos. Ni hablar de los indios, que ni siquiera podemos considerarlos humanos. Son incapaces de progreso. Se los debe exterminar sin siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado.
Querido Padrino, yo sé de su gran poder y de los contactos que posee con la gente de su gobierno. Este es un favor en nombre de la amistad que nos une desde hace tanto tiempo, es por eso que estoy seguro que es la persona más indicada para ayudarme con estos menesteres.
También sé que este no es el medio más apropiado para pedirle tamaño favor. Espero que entienda mi imposibilidad de ir a besar su anillo. Todo este asunto me tiene muy ocupado. En cuanto disponga del tiempo, iré a Italia y nos ocuparemos de estos temas de la manera adecuada. Tome esta carta sólo a modo de adelanto y ya veremos qué es lo que yo pueda hacer por Ud. cuando así lo disponga y necesite.



Mis más cordiales Saludos,


Domingo Faustino Sarmiento

lunes, 1 de septiembre de 2008

Estación Central: La vida misma.

¿Qué sería de nosotros sin los otros? Esos otros queridos o desconocidos. Extraños que más tarde se nos hacen familiares, entrañables. O simplemente extraños, que nos hacen nuestros días un poquito más fáciles… ¿Quién piensa, por ejemplo, en el panadero que cada mañana nos espera con el pan? ¿O en el fiel canillita que todos los días nos provee de las noticias, sin importar las inclemencias del tiempo? Hay vida detrás de esos oficios. Ellos aman, odian, ríen, sufren… ¡Viven!
Así fue la historia de Josué y Dora… Ella, la señora que escribía las cartas a quienes no sabían cómo. Él, un nene de la calle que perdió a su mamá. Fueron dos extraños que se salvaron mutuamente.
Josué, a pesar de su corta edad, le enseñó a esa mujer que no hay edad para vivir… Que es mejor estar rodeado de amigos, que transcurrir los días en soledad. Dora lo ayudó a reencontrarse con su familia. ¡Era lo que él más deseaba! Y le dejó mucho más que eso… Le enseñó a ser valiente, a no dejarse derrotar por las circunstancias adversas que a todos nos toca vivir.
En ese viaje, mientras buscaban a la familia de Josué, ambos crecieron. Él, casi de golpe. Y Dora, a pesar de haber vivido la mitad de su vida, entendió que siempre hay cosas por aprender.
A veces, con la rutina y la velocidad a la que estamos acostumbrados a vivir, nos olvidamos de esos otros que nos salvan, y a los que, con algo que nos puede parecer insignificante, también podemos ayudar.