¿Qué sería de nosotros sin los otros? Esos otros queridos o desconocidos. Extraños que más tarde se nos hacen familiares, entrañables. O simplemente extraños, que nos hacen nuestros días un poquito más fáciles… ¿Quién piensa, por ejemplo, en el panadero que cada mañana nos espera con el pan? ¿O en el fiel canillita que todos los días nos provee de las noticias, sin importar las inclemencias del tiempo? Hay vida detrás de esos oficios. Ellos aman, odian, ríen, sufren… ¡Viven!
Así fue la historia de Josué y Dora… Ella, la señora que escribía las cartas a quienes no sabían cómo. Él, un nene de la calle que perdió a su mamá. Fueron dos extraños que se salvaron mutuamente.
Josué, a pesar de su corta edad, le enseñó a esa mujer que no hay edad para vivir… Que es mejor estar rodeado de amigos, que transcurrir los días en soledad. Dora lo ayudó a reencontrarse con su familia. ¡Era lo que él más deseaba! Y le dejó mucho más que eso… Le enseñó a ser valiente, a no dejarse derrotar por las circunstancias adversas que a todos nos toca vivir.
En ese viaje, mientras buscaban a la familia de Josué, ambos crecieron. Él, casi de golpe. Y Dora, a pesar de haber vivido la mitad de su vida, entendió que siempre hay cosas por aprender.
A veces, con la rutina y la velocidad a la que estamos acostumbrados a vivir, nos olvidamos de esos otros que nos salvan, y a los que, con algo que nos puede parecer insignificante, también podemos ayudar.
lunes, 1 de septiembre de 2008
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